En el año 2017 las tierras de cultivo ocupaban 2,11 billones de ha (FAOSTAT, 2018) y se extendían sobre el 37% de la superficie terrestre (Banco Mundial, 2018).

Entre los principales impactos ambientales derivados de la agricultura se encuentran la erosión y salinización del suelo, la contaminación del agua y el suelo por el uso excesivo de fertilizantes y plaguicidas, el agotamiento de acuíferos, la pérdida de diversidad genética, la deforestación y la liberación de gases de efecto invernadero por el consumo de combustibles fósiles.

Todo ello desemboca en los dos grandes problemas ambientales a los que se enfrenta el planeta: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, entendiendo que la biodiversidad no está constituida solo por las plantas, los animales, los microorganismos y los ecosistemas sino que también forman parte de ella el hombre y sus necesidades de alimento, medicinas, aire limpio y agua potable, abrigo y de un ambiente saludable en que desarrollarse (Convenio de Diversidad Biológica, 1992).

En España, el 48% de hábitats y el 30% de las especies están amenazados por la actividad agrícola intensiva, y el 80% de hábitats asociados a la agricultura extensiva se encuentra en un estado de conservación desfavorable. Las aves asociadas al ámbito agrario, indicador de la salud del campo, han descendido un 55% en Europa en los últimos 30 años. En España, según los datos de SEO/BirdLife, este declive es del 22,7% desde 1998.

Es el caso dramático de la tórtola europea o la golondrina común, cuyas poblaciones ha caído en un 30% entre 1998 y 2013. Junto con las aves también desaparecen insectos, abejas, microfauna del suelo, incluso diversidad genética agrícola. Además el 60% de las masas de agua están en mal estado, en gran parte debido a las sobreextracciones por regadío o a la contaminación por agroquímicos. Y un 16% del territorio estatal está calificado como zona vulnerable a nitratos por origen agrario. El 50% de los suelos contienen un nivel de materia orgánica inferior al 1,7%, lo que los hace vulnerables ante la desertificación, y compromete su capacidad para mantenerla actividad productiva a medio plazo. La emisión del 13% de los gases de efectos de invernadero procede de suelos agrícolas, que se eleva a casi un 30% si contamos las emisiones del sector agroalimentario en su conjunto.

Sin embargo, particularmente en España, los sistemas agrícolas tienen un importante valor para la conservación, pues son el hábitat de numerosas especies de aves. La avutarda euroasiática, el sisón, la codorniz, el aguilucho cenizo o la terrera común, entre otras muchas especies, se reproducen, se alimentan, descansan y, en definitiva, desarrollan la mayor parte de su ciclo vital en las tierras agrarias. Otras especies tan variopintas como el águila imperial ibérica, el cernícalo vulgar, la lechuza, el vencejo común o la golondrina común acuden a los cultivos para alimentarse, ejerciendo su papel como controladores de plagas agrícolas y convirtiéndose así en los mejores aliados del agricultor.

Las aves son un excelente indicador del estado del medio agrario. De forma general, actuando sobre la conservación las aves ligadas a medios agrarios, se trabaja sobre la conservación de estos medios y del resto de las especies que de ellos dependen. Sin embargo, aunque existen evidencias de un descenso generalizado de las aves ligadas a medios agrarios, hasta el momento, salvo excepciones puntuales, no se han puesto en marcha programas generalizados para la conservación de esta fauna y de los agrosistemas que la mantienen.